domingo, 29 de mayo de 2011

Guillermo Álvarez





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Guillermo Álvarez
Víctor Bustamante

Nadie puede negar que Guillermo Álvarez ha estado vinculado al quehacer cultural de la ciudad de Medellín en los últimos treinta años; su revista Ciudad ha sido imagen y testigo, una presencia sobre el devenir de la ciudad y sus diversos actores en un tiempo en que los medios masivos la abandonaron para regodearse con esa ciudad de exportación: la de los sicarios, de los muertos y de la droga. O en la diatriba máxima: la ciudad soñada, con la apariencia del progreso, por sus administradores que callaron ante el desarrollo de El Poblado, que no es más que una muestra de esa mentira. o de esa falsa ciudad que no existe sino en la construcción de edificios, el desplazamiento de los habitantes de las  plazoletas: reformas de plazas, sólo por “hacer algo”, no en pensarla y en vivirla.
La ciudad inicial, el Centro, fue abandonado desde la década del 70 por sus diversos administradores hasta el día de hoy. Nunca se ha justificado el fracaso de los diversos planes de mejoras al trasporte y el continuo hacinamiento de esa ciudad olvidada.
 En Ciudad es previsible mirar los análisis sobre el cambio de esta urbe que se deshace en nuestras manos, que crea evasivas, que traiciona momentos altos de planeación, en pos de motivos políticos y falsas indulgencias sólo para captar votos. Nunca antes, como hoy. la ciudad ha sido presa de un botín político y su abandono.
La revista Ciudad se ha sobrepuesto a la falta de presencia en este ámbito, con el tesón de Guillermo, la prestancia y su resistencia al relegamiento y al olvido que nos muestra como está atento a estos avatares políticos que parecen ser el indicio de que sólo a través de ellos la cultura funcione. Pero a pesar de todas esas simulaciones en la llamada cultura oficial, ahí está Ciudad presente en nosotros.
Guillermo como director, y como todos los que dirigimos revistas, somos una serie de soñadores, una suerte de personas que buscan dejar una huella en la ciudad del catolicismo más ultramontano y del filisteísmo cultural. Este filisteísmo carcome todo el ámbito de la cultura en Medellín. Una muestra de ello: sólo pueden hacer cultura los amigos de los administradores de la ciudad, como si lo que no pasara por sus manos no existiera. Pero esta valiosa revista, Ciudad,  sí existe a pesar e esos caminos indignos.
Esta conversación con Guillermo nos muestra toda su estatura intelectual, la valiosa presencia de alguien que ha caminado por los diversos terrenos ideológicos para concluir con la malhadada presencia del ser tan cambiante que sólo le interesa los recovecos personales, ya que lo general y lo público es para saquearlo cada que puede.
Esta entrevista en cuatro partes nos enseña la sensibilidad de Guillermo con su última utopia: estar de cuerpo entero en esa labor en pos del medio ambiente, mientras afuera de si el país dicta leyes, asiste a foros, se muestra encumbrado como un país de leyes en ese sentido. Mientras en toda la esfera social se contradice y no se cumple lo legislado.
Cierto. Guillermo permanece con Ciudad y también Ciudad es nuestra presencia. El resto es el Paspis haciendo entretenimiento como si fuera la expresión cultural, y no la indolecia.
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domingo, 22 de mayo de 2011

Carlos Alfonso Rodríguez


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Carlos Alfonso Rodríguez
Víctor Bustamante

La poesía de Carlos Alfonso nos hace sentir contemporáneos. Él escribe sobre su generación, sobre sus utopías y sobre sus amigos quienes muerden el polvo de los fracasos.
Este poema es una muestra de ellos, de él. Es como si nos realizara un inventario de las frustraciones, en un momento, los años 90, en que caían todas las ideología y parecía que el mundo comenzara a despertar de un letargo de somnolencia y conformismo, pero a pesar de este falso espejismo, la poesía continúa haciéndose preguntas, buscando la necesidad de explicarse el mundo.
En este sentido existe un diálogo con su poesía. Él no nos habla de pajaritos, de un paisaje como marco para irse por los suburbios personales y olvidar el presente. Al contrario Carlos Alfonso en cada poema interroga el ser, su ser.
La mayoría de los poemas que hemos leído de Carlos Alfonso Rodríguez han sido escritos en el Perú. No conocemos qué o cómo lo habrá influenciado su vida en Medellín, cuáles son sus lecturas de las calles de esta ciudad que para algunos despistados es la Capital Mundial de la Poesía, o qué habrá escrito sobre la ciudad desde el puntos de vista del extranjero que se queda.
Carlos Alfonso es uno de los integrantes del programa radial en emisora de la Universidad de Antioqua, En defensa de la Palabra.
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LOS MARAVILLOSOS AÑOS 90

Carlos Alfonso Rodríguez


Eran los años 90 y los payasos de la calle no estaban en la televisión.
Con el tiempo llegaron a la televisión, pero seguían estando en la calle,
en realidad, la calle era todo su mundo y el único.
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Eran los años 90 y escribir fue una verdadera bendición de Dios
y lo mejor que me había podido ocurrir en medio de la barbarie,
de caminar dentro de los apagones, túneles negros, largos sótanos
durante horas y los días de violencia bajo el sol.
Y las bombas asesinas y los crímenes escalofriantes,
las torturas necrófilas, los golpes y puñales del silencio, los asesinatos macabros.
Y las violentas desapariciones de las políticas del enemigo.
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Eran los años 90 y Heber Ocaña, mostraba sus primeros cantos y poemas
y efectivamente, escribía bien, con excelente caligrafía,
buena letra, con sus puntos y sus comas.
Porque estaba soltero, estudiaba en Lima y los trabajaba.
Después abandonó los estudios, Lima y la literatura.
Para dedicarse a empresas, francamente, un poco difíciles en Huarmey,
(pero no imposibles) como la crianza de codornices, la venta de pichones de gaviotas y pelícanos, el comercio de alacranes y tantas otras cosas más.
¿Qué no hará Heber Elí, por su pequeño Ghandy Israel y Regina?
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Eran los años 90 y Julio Aponte, se paseaba por todo el país
con ese parecido impresionante a cualquier soldado extraído
de las huestes de Pancho Villa o a un disciplinado miliciano de Emiliano Zapata.
Julio, es ese morocho, bigotudo, que lee bien sus poemas.
Nacido en el inhóspito Morropón, un pueblo olvidado y pequeño
perdido entre la luna de Paita y el caluroso sol del departamento de Piura.
Tierra caliente de recios campesinos, bronceados hombres, bañados por las lluvias, rodeados de piajenos, mulas, algarrobos y árboles de tamarindo,
en donde han nacido los mejores escritores del Perú y también los peores.
Jamás pensó en llegar a ser el buen vendedor de libros que es hoy,
pero ya había vendido primero su alma a la poesía en las mañanas
y por las noches al diablo en mil hechicerías como buen brujo de la palabra.
No hay, en verdad, poeta más enrazado y trabajador que él
cuando una visión brilla en sus ojos y cuando se trata de poner las cosas en claro.
Lo que más le agrada es ver que las cosas caminen bien y derecho.
No entra en vainas ni alcahueterías. Él como Ange Yzquierdo Duclós.
Es otro auténtico poeta de armas tomar y de libros vender.
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Eran los años 90 y el gordo Jorge Espinoza Sánchez, seguía en sus andanzas.
Buscando más pleitos judiciales. Las malas lenguas, y las buenas también, aseguraban
que le escribía los libretos a los cómicos ambulantes del Parque Universitario
y de la Plaza San Martín; pero ellos en el escenario no le hacían caso, la verdad es que,
ellos nunca le han hecho caso a nadie, por eso exhiben publicamente sus pobrezas y miserias.
No se vestía como un típico bolerista de los años 60.
Pero era el lider de la poesía erótica como alguna vez lo definieron.
No se tiraba muchas canas al aíre pero se ganó dos años de cana.
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Eran los años 90 y Marío Vargas Llosa perdía calamitosamente
en las elecciones presidenciales, por su mala junta.
(Qué perjudiciales son las malas compañías, en estos casos).
Y por sus asesores que no lo asesoraban ni le recomendaban
un buen curso de relaciones humanas. Mario, ya tenía todo en el bolsillo;
pero le hicieron la gran jugada: cuervos, alimañas y viejos lobos vestidos de cordero.
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Eran los años 90 y Carlos Alfonso, por aquellos días de vida oculta
caminaba por las calles de Lima, entonces, no habían muchas flores pero se podía florear.
no habían muchas piletas, pero hay quienes se hacían la pila en cualquier parte
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Eran los años 90 los maravillosos, los inolvidables y Jorge Tafur,
amigo, promotor cultural, trotamundo, editor, poeta, aventurero.
Me llevó a conocer todo el norte: Chimbote, chiclayo,Trujillo,
Piura, Catacaos, Sullana, Huanchaco.
Yo que viajaba a duras penas de Lince a la Victoria, en la línea 9 y en la Cocharcas
José Leal, esos ómnibus viejos, grandes y destartalados que se incendiaban
en pleno viaje, en plena pista y a toda marcha.
yo que daba más vueltas que un pollo a la braza o una silla voladora.
Alrededor de talleres de mecánica, playas de estacionamiento,
grifos y restaurantes con José Luis Blancas
el poeta - músico y viejo compañero.
Jorge Tafur, se fue para siempre a París, y yo a todo el sur:
Cañete, (San Vicente - Imperial),
Chincha, pisco, Ica, Nazca, Palpa, Marcona, Mollendo, Camaná,
Arequipa, Moquegua, Tacna, Arica, Tarapacá.
¡Qué bello y qué grande es el Sur, Me encanta el sur!
¡El Sur de América!
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Eran los años 90 y lo que más deseaba era seguir leyendo
y lo que más me hacía feliz era cantar y escribir y pensaba y decía que
lo que no se hace cuando se es joven no se vuelve a hacer
nunca más en la vida. Y les decía a mis amigos muy solemne y seriamente;
"Hay que escribir como si fuese el último día que nos queda de vida". Y también;
"Hay que escribir porque sino servimos para escribir, tampoco servimos para vivir".
Así evitaremos el papelón que hacen todos aquellos que hablan de su último libro cuando aún no han escrito ni siquiera el primero.
Pero, sin duda, la sentencia de mayor peso y ante cual mis condiscípulos,
asentían espontáneamente, dándome palmadas, la razón y en el más absoluto y desinteresado respaldo, era aquel, ¿Si no escribimos nosotros
quien en la tierra se va a dedicar a hacer poemas?
Teniendo en cuenta que los obreros no tienen tiempo
y los obispos más se dedican a sus abispadas.
Los abogados dan incluso la vida entera a sus leguyadas.
Los profesores pasan ocho meses de vacaciones pagadas.
Y más aún, cuando precisamente, a mí, me están saliendo los versos de película.

sábado, 14 de mayo de 2011

Vida, pasión y poesía de Gajaka


El demonio rodeado de sus guardianes









Daniela





Carlos Alfonso Rodriguez, Ruben Hernandez y su esposa

Con El Hamaquero y Pacho

Vida, pasión y poesía de Gajaka
(Video)

El jueves 12 de mayo, estuvimos en Este lugar de la noche acompañando a nuestro amigo Gabriel Jaime Caro para la presentación del video: Vida, pasión y poesía de Gajaka, dirigido por el realizador Oscar Mario Estrada.
Allí hablan sus amigos, está la presencia de algunos lugares valiosos para Gajaka en la ciudad, así como un reconcomiendo a su labor como poeta.
A él y su realizador entrañables amigos muchas felicitaciones.


Atardecer en Las Vegas de Iván Darío Upegui








Atardecer en Las Vegas

Víctor Bustamante

Medellín siempre es una extensa pregunta que realizan muchos de sus escritores. No podemos olvidar la presencia de estos escribas y la huella que han dejado, pero sólo mencionaré los contemporáneos para no volver a los de siempre como una excusa y otra vez situar el oneroso pasado de Medellín para de esa manera esquilmar y ocultar la presencia actual, tampoco referiré la ciudad de los sicarios que como un cromo perverso algunos escritores pensaron que esa era Medellín y no la continuación de la escritura como si fuera la pornomiseria para vender la ciudad y no vivirla ni pensarla.
Pero ahí está esa ciudad perenne definida en el Manrique de Jaime Espinel, el Belén de José Libardo Porras, El Salvador y el Centro de Humberto Navarro, el Centro de la ciudad de Gonzalo Arango,  la parte alta de Manrique de José Martínez Guayaquil de Mejía Vallejo, el Buenos Aires de Orlando Ramírez, Castilla de Heli Ramírez, Aranjuez de Juan José Hoyos, La Milagrosa de Luis Fernando Macías, Boston de Fernando Vallejo, José Guillermo Ánjel con Prado, y la Estación Villa y el Centro de Darío Ruiz Gómez, sin dejar de lado también el Centro definido desde la óptica de otros escritores. Todo eso para consignar como ese tejido literario de la ciudad sigue completándose con una novela de Iván Darío Upegui: Atardecer en Las Vegas, cuyo lugar el barrio Estadio está presente.
Iván Darío Upegui nos muestra la movilidad de los habitantes de Medellín detrás del espejismo del progreso, desde El Salvador su familia cambia de aires, hacia el barrio Estadio a principios de la década del 60 para buscar otros ámbitos. Situación que es corriente dentro del concepto del cambio de escala social y además ante el deterioro de algunos barrios valiosos, debido a las malas políticas urbanísticas, cuando comienzan a ser abandonados por sus habitantes. Una muestra de ello; Prado.  
Este texto crea otra percepción de la ciudad donde el autor narra el trascurso de sus sueños, de sus utopías, su amor inconcluso por Astrid -que es el que queda y quema. Y el inicio de su madurez, así como sus regresos de la región bananera y esa ascesis por el trabajo como es costumbre en cada antioqueño.
Nada más elocuente que darle un espacio principal a la novela que hacerla transcurrir en gran parte desde ese lugar que es la ampliación y extensión de la sala familiar, como es el espacio de un granero o salsamentaria, donde llegan los vecinos que se conocen o no, a mostrar su relevancia y donde se sitúan alrededor de una mesa para contar sin preámbulos lo que es el discurrir de sus vidas. Uno de los conversadores es Gregorio, el eterno nauta de sueños, Abel el lavador de carros, y Diofanor, dueño de la salsamentaria, que se conoce al dedillo la existencia de los habitantes cercanos. A ellos los acompañados el narrador.
Allí en este lugar se da el trasunto del diálogo de una manera total, allí se preguntan de una manera indirecta sabiendo que es todo lo directa posible sobre la vida de los habitantes, de la casa de los secuestradores, de los lugares que habitaron los futbolistas de alto turmequé, de las casas y sus ausencias cuando las derriban para construir un edificio, de las mujeres hermosas que ya no se ven. No en vano esta salsamentaria que también tiene visos de bar, da lugar para beber ese liquido precioso para los diplómanos el ron o el aguardiente. Y es entonces como alrededor de estos cuatro personajes acompañados por los oídos de la chancera se va entrelazando la riqueza de eventos que ocurren en la novela.
Lo contemporáneo está ahí, desde la caminada de estudios hasta el Ferrini, desde la espera a Astrid que salga para la iglesia y así acompañarla de lejos. como testimonia el eterno perseguidor citadino que poco se le ha escrito, hasta el cambio de los amigos convertidos en mafiosos y aquellos que se encuentran ya transformados en otras personas, lejos de aquellos de la barra que estaban en las aceras masticando los mismos sueños.
He mencionado el caminar. Upegui ha caminado el barrio Estadio, lo conoce como a su propia sombra que lo persigue y no sólo eso, ha llegado al Caballo Blanco, zona de exclusión para algunos, los noctámbulos, los que buscan compañía su lugar de inclusión. El narrador cumple una consigna borgiana: la ciudad se conoce al caminarla, así como hace el escritor después de que entra a lo de lis Cafeteros: camina San Juan y Barrio Triste. Esa suerte de investigación sociológica que realiza para saber el color de las cosas, de las calles, de los lugares y de las personas. Él sabe que la ciudad no se puede imaginar para contarla sino vivirla para narrarla.
El autor ha situado un tiempo, ese tiempo tan personal, el que se realiza antes de que se termine una carrera, es decir cuando la adultez que es la mayor adúltera, no quiere dejar pasar ese ser que ha quedado atrás con sus utopías porque cuando se llega a esta edad, la vida se hace monótona, entra un rival: el papel del ascenso social y de esa vida parece que las utopías dejan de ser algo más que una presencia.
Upegui se reciente al regresar a su calle, a su barrio y mirar lo que fue en sus sueños, lo que fue su ámbito tan personal y ahí lo fustiga la inconsecuencia del paso del tiempo. Entonces concluye que estamos hechos de pasado que es lo único real que existe, cuando los recuerdos intentan instarlo desde el mismo lugar Las Vegas dónde ya no estarán los que pasaban por aquí, la mujeres que se asomaban al balcón de sus casas, el tipo que merodeaba en su auto en busca de una mujer. Si, el pasado es lo único que existe, porque tiempo presente se diluye en nuestra presencia y aun no sabemos que quedará de esa residua portátil que vivimos a diario, qué actos, qué mujer se van a quedar en la memoria como una eterna decantación.
Si en estas calles tantas veces caminadas en ese lugar Las vegas ahora recuperado en la memoria por medio de la escritura Iván Darío Upegui nos dice que una calle, una casa, un café o una salsamentaria bastan para que cuatro personas, en un diálogo, recuerden la presencia de su ámbito tan entrañable.
Eso si el tiempo jugador poco a poco ha ido derribando los lugares, las presencias y cuando Iban Darío lo cuenta es porque sabemos que las palabras, la novela, nos trae un testigo que no quiso dejar pasar de lado algo tan sublime como es la ternura que otorga el conocer las calles de su barrio, a la hermosa pero perversa vida cotidiana, que nos arredra y por lo tanto se le trata de ser fiel
El vórtice del tiempo cambia en pocos años el ámbito, y quien regresa, como su autor, a sus calles, debe saber que encuentra otro espacio y otro tiempo diferente ya que cuando se regresa uno ya es un extranjero dentro de sus mismos lugares.
De esa manera la escritura revierte esos instantes que vivió en el barrio Estadio, pero ahora  son solo palabras y cenizas presencia del recuerdo, que es lo único que existe bajo esta consigna: aquí estuve y viví para escribir Atardecer en Las Vegas.


sábado, 7 de mayo de 2011

Marta Quiñónez

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Una carta para Medellín

                                                                                                                        A Medellín
“El tiempo silenciará el clamor de los lamentos,
Y el lobo de muerte, devorará esta manada.
Hinchada de orgullo permanecen las conciencias
aún así, el zarpazo de la muerte, los sorprenderá”

Desde aquí, desde esta altura del sueño y la marginalidad te veo allá abajo, gloriosa Medellín, cercada por tus enormes edificios.  Una nube gris-amarillenta te arropa generosa, ofrendándote su estela contaminada.
A esta hora de la noche, tu cielo truena, como si antiguos gigantes del Olimpo, lucharan a muerte para protegerte; el destello de sus espadas entra por las rendijas bajas de la puerta trasera de mi casa.
Ah! Hermosa Medellín, aún con el invierno, indiferente, derrumbando el sueño de miles de desposeídos, tus plantas siguen floreciendo y los árboles, que no arrasa la borrasca siguen en pie, cambiando de color del alba al cenit y de éste al nadir.  Medellín, hermosa e inmunda, ciudad de todos los abandonos, nos complaces a todos con una aparente vida que no pudimos soñar en otros lugares, nos seduces y nos avientas de tu vientre como desechos vivos; hombres y mujeres venidos de todos los rincones de la vida o nacidos bajo tus propios rincones de blancos e inhumanos hospitales.  Despertamos, alegres a veces, frente a la esperanza que nos muestras con muecas de burlas, imaginando que viviremos cien años y uno en paz.  Otros amaneceres, nos despiertas sobresaltados por el ruido que producen las balas rasgando el aire, buscando cuerpos donde detenerse, no sientes pena del alba que apenas se anuncia.

Escabrosa y lujuriosa Medellín, te escribo desde este bunker de la zozobra, en la comuna que desconozco su número, (porque a todas las tienes fichadas), pero en la que percibo el fervor de los vecinos levantando el sueño de una casa, al pie de la quebrada con el temor de que ella se la arrebatará, pero los sueños son promiscuos como la vida y aquí estamos todos reunidos, todos los malditos de la tierra, los pobres, los sin pan, los arrendados, los parias, aquí nos vemos todos los días los rostros y a  veces somos tan parecidos, que ni siquiera nos miramos, es suficiente con sabernos, con justificarnos unos a otros, desde el silencio o imaginándonos unos más pobres que otros para estar mas tranquilos.

Yo nueva en la comuna antigua, ni siquiera soy una extraña, hago parte de tu atuendo cotidiano, salgo al rebusque como todos a vender mis sueños de poeta, a ofrecerte todas las miserias, que he acumulado en tu tierra por veinte años, empastada al rústico, amada Medellín, tal vez sea ingrata contigo pero tengo que decirte, o hacerte pública desde mi escritura que tú no me las has dado, vine con ella al desierto de la tierra, fue el único pan que me echaron bajo la enjuta, he sido como Jesús, digna hija de un dios sin dignatarios en la tierra, soy también su iglesia; cristiana ciudad arrabalera. Tengo que decirte estas cosas, ahora que lo piden tus escribanos y dignatarios acomodados, que escriba algo de ti en tus cumpleaños, en los míos, escribo poemas ateridos de soledad, te cuento que es mi compañera permanente, como tú, estoy rodeada de gente y estoy sola. Pero no estoy hablando de mí, estoy hablando de ti, querida y estimada “big city. 
Te escribo palabras para celebrarte, pero no temo decirte que cada noche el desasosiego entra conmigo a la casa -no el de Pessoa, ni el de la vida- el que nos da tu aparente paz, que es la paz de los vencidos y de los muertos. Tus fusiles en manos de adolescentes que nacieron muertos o como dijo tu ilustre cineasta cuando se daba dotes de escribano que tenías “la lápida colgando del cuello”, esos jóvenes, patrullan tus calles, son los caballeros, los mensajeros de la parca.  A ellos temo también, ya temo a todo, que horror vivir con temor, pero afortunada yo, que todavía el temor cabalga sólo en mi corazón y no en mi conciencia.

En la jornada de un día agotamos la jornada de la vida, que la noche anterior la prometía con calor y pan; unos lo logramos, otros no pudieron, pero creen que mañana será posible, ellos siguen creyendo; yo con los años, voy perdiendo la fe, voy creyendo menos, pero eso no importa Medellín. No te regalé ni un hijito, no alimenté tu vientre con mi vientre, alimento tu desazón con mi desazón, de alguna manera estamos a mano.  Esta madrugada el estallido de “aparentes” seis balazos cruzaron el aire y estallaron cerca de mis oídos, he despertado sobresaltada, son las cinco y cuarenta y dos minutos, sé que ya muchos obrer@s que consumes en tus fábricas van en tus buses hacia el desaguadero del alma, pero yo, me rindo Medellín, me rindo a ofrendarme a ese orangután monstruoso que cultivas con almas generosas y menesterosas de tu pan. Quisiera cantarte mejor, como te cantan los poetas que invitas cada año y ellos generosos de tu generosidad, te escriben un poema y en una lengua que desconoces y que desconocemos tus hijos mendicantes; nos leen el poema excelso que te han escrito, ejemplos: “Quisiera revisar la historia/ y dejarme invadir/para pensar que Medellín/ es mi otra ciudad/ una ladera del país/  que llevo en mi corazón” (Paul Dakeyo, Senegal), otro: “los mil ojos de Medellín/ brillan espantados en el valle/como un volcán derramado/ con una herida de luz” (J.M. abrantes, Angola); todos tus hijos, los más afortunados y, que a su decir, entienden el sagrado mensaje de la poesía, aplauden hasta que las manos parecen que van a sangrarles, tal vez ellos si te entienden querida Medellín. Yo no.

El invierno te colma de misterio, a mí de frío hasta los tuétanos, amarga Medellín, amada Medellín. A cada una de tus calles le he cantado y la he maldecido. Tú, ciudad de primavera, me has arañado el vientre desde que tengo veinte años, me he embriagado en tus bares y cantinas, he conocido con la vista triste e iracunda tus niñas putas y mendigas y tus proxenetas, malditos por siempre, deberías avergonzarte con toda tu tristeza, ciudad de todos los afanes, cosmopolita Medellín.  He detenido la vista en tus viejos edificios, mientras sus lozas de mármol, traído de antiguos países, se desprenden de cansadas, para abrir y lacerar el cuerpo de tu ciudadana, transeúnte, desprevenida, desconocida; la indiferencia de los otros ciudadanos y, el miedo a que siguieran ellos, los ha obligado a abandonarla mientras se desangraba, de seguro murió en uno de tus hospitales de inmunda e hipócrita caridad.

Conozco el olor de tus calles, calles que en antaño fueron la gracia y deleite de tus hijos ricos; ahora son la vivienda de tus hijos miserables, mendigos de todas las calañas, te tratan como tú los tratas a ellos, tus calles son el lugar predilecto para ellos inundarte con su podredumbre interior, el olor a excremento y a orines, es insoportable para cualquier transeúnte de tus adoradas calles, el olor a “mierda”,(no hay sinónimos en el Rae) traspasa todo intento de comprenderte, estimada ciudad de todos los adioses. En esas calles veo tu vientre, escucho el latido de tu corazón, no sé si estás triste o alegre, con tus andenes teñidos de sangre, con tus esquinas hechas basureros a pesar de todo el esfuerzo de tus EEVV, los “chulos” bajaron del campo, donde no falta uno que otro muerto que comer, pero tus barriadas los alimentan sin mucho problema; tus esquinas son el temor del caminante, la noche es algo vetado para los espíritus libres que aún posees, para los jolgorios de los noctívagos que aún persisten en tus calles.
Tengo miedo del miedo, mi querida y cantada Medellín.  De los muchos seres que he conocido por tus calles y anfiteatros del arte, que andan como dijo tu poeta ilustre J. M. Arango “gentes que todo lo consideran suyo/ que quiebran/ arrancan/ que ni siquiera/ agradecen el aire”; andan como por un cielo prometido o ya son muertos y aún no lo saben, ellos se juntan en tus ferias a tomar vino pastoso, que compran por gran vino, nunca miran de frente, aúllan ante la alegría de los otros, pero si vos los vieras mostrando los dientes, te asombrarías de cuan duro te muerden, la desidia, la envidia, la rabia perruna, duerme en sus  labios, porque ni corazón han de tener, esto es fácil detectarlo en sus letras y cantares, su merito es, prostituir tus jóvenes genios féminas, en procura de la buena literatura; son como vos Medellín, grises, tristes y ahumados, como vos, con la certeza que en ellos también florece la primavera, pero todas su flores huelen a muerto; como pudiera decir esto, bueno, no encuentro maneras sublimes de herir sus egos, entonces, dejémoslo así; espero que no me pongas mas problemas, ok., para comenzar a hablar con tu bilingüismo muerto de hambre y falto de acento de indiana jones.

Amada Medellín, por último, te alabo, porque todos mis sueños juveniles murieron en tus calles, pero ésta que soy, te perdona todos los agravios recibidos y espero que tú me perdones los que yo te he ofrendado con tanto cariño, como ofrendo todo lo que doy sea odio o sea amor, tú me has permitido conocer gente que quiero de verdad y me has permitido quererte; recibo el odio de tus hijos racistas, con el mismo cariño con el que les ofrendo el mío; he conocido almas nobles en tus barrios asesinos, almas que sueñan con la primavera estallando cada amanecer y no con la noticia del hijo muerto en el anden vecino. He acompañado parientes de conocidos hasta su última morada, las que tú llamas poéticamente “Campos de Paz” o “Jardines de la fe”, hasta en la muerte, eres poeta, Medellín, llamas por su nombre al último lugar donde reposarán por cuatro años los huesos que cargaron un cuerpo de quince o mas años; mira no más, poetiza Medellín, como llamas al lugar donde van los parias de tus calles, los que vivieron en tu tierra de nadie como “niebla y noche”, los que no existieron para ti, los mandas a descansar por cuatro años “acostados” y eternamente revueltos entre ellos, como vivieron la vida, al “Cementerio Universal”, eres increíblemente perversa e inimaginariamente poeta, Medellín.

Esta manera mía tan particular de celebrarte va a dolerle a los emisarios del arte y de la esperanza, a los de vientre hinchado, que te resguardan, Medellín, de los comunistas de la vida o como bien los llamas “anarquistas sin anarquismo” o “rebeldes sin causa”, tal vez te de un nuevo motivo para que tus “bequitas quitahambres” no lleguen jamás a mis manos que dolorosamente esperanzadas y con el verbo libre, se han estirado hasta ti, con la conciencia de que te reías de mí.  Así, querida Medellín celebro tu suerte de vencida, el mal se ha posado en tu aire y es todo lo que respiramos; tal vez los custodios de tu suerte puedan salvarte, ellos, los pacifistas, los amansadores de tu destino, de tu “money”, de tu “gold luck”, los que en momentos históricos de su vida te colgaron literalmente “la lapida al pecho”, ellos, que pensaron que eras “un pelaito que no iba a durar nada”, los que en nombre tuyo llenan las manos de niñas hambrientas de rosas viejas y de polvos escapatorios, esos que dicen conocer tu vientre, tu alma y tus sueños desnudos en lo alto de tus montañas, esos que te hacen pública, que te venden como si fueras una puta egipcia, en certámenes internacionales y por supuesto, nacionales, que crean paz con festivales, que hacen eterna tu fluorescencia con luces de neón  entre cuentos y cuenteros; tal vez creas que esos son los que te aman Medellín; digamos que es así: Aquí, encaramada en las “Colinas de Enciso”, (no se si conoces este nombre), donde la vida comienza desde las cinco y cuarenta y dos minutos de la madrugada con cuatro balazos rasgando el aire, abatiendo la calma  de los sueños, porque ni pájaros hay en este monte que canten el nacimiento del día, se que vas a seguir odiándome, pero no importa, tengo mi manera de cantarte y hasta en eso, te soy sincera; ya me imagino los panegíricos idolátricos que recibirás ese día glorioso, las suculentas cenas que se comerán de cuenta del erario publico y en tu nombre, donde solo los elegidos tendrán silla, se reirán de ti y de mí, pero en el fondo que nos importa Medellín, que importa nada ya.  Sabes castigar muy bien tus huéspedes rebeldes, sabes mantener tranquilas las conciencias de quienes te critican, sabes bajar un globo del cielo para que no encienda el techo de paja que te cubre.

Quería terminar esta carta diciéndote algo mas esperanzador, una noche después pero seis balazos rasgan el aire a las diez y veintisiete de la noche de domingo, el último día que inventó el creador para que descansaras, tú no te cansas, ni siquiera el día sábado, el día sagrado de los judíos.   De todos modos te voy a dedicar un poema Medellín, un puñado de palabras recogidas en tus calles:

XVII
Estoy ebria
de ver la ciudad
con hambre
hambre
cabeza - tronco
manos - piernas
con necesidades fisiológicas
con olor a orines viejos
hambres que se fecundan
en la estéril existencia
salgo en la mañana a vivir
sólo  encuentro  hambre
vestida de obrero
de cansancios
de interrupciones
hambres de siglos
de pan
de negación
¡dios dónde nos cabe tanta hambre!

(Para que recuerdes a los desposeídos que te habitan en lo alto, a donde solo llega la vorágine de tus soldados salvadores, ellos me han dictado este poema para que te lo dedique en tus cumpleaños)

La lluvia y la quebrada hacen más persistente la agonía de este domingo. Te deseo pues un cumpleaños, como lo celebran tus comunas, con pólvora y con balas o en su defecto voladores y que por lo menos ese día los señores del anfiteatro municipal sean invitados a tu cena de gloria, ellos son los que maquillan tu muerte cotidiana; sé agradecida Medellín, invítalos a tu fiesta, dales la noche libre, yo te celebraré con una cerveza y tal vez te escriba otro poema...

Feliz cumpleaños a ti, feliz cumpleaños a ti
Happy, birthday Medellín

Con afecto sincero 

Marta Quiñónez
Your bad and good poet